La Navidad de 2003 nos acercó más. Los festejos cobraban una significación especial para nosotras. Recordábamos con nostalgia, detalles de años pasados, cuando celebrábamos en el seno de la familia la alegría del nacimiento de Jesús.
La tarde del 24 de diciembre nos reunimos en casa de Laura Pollán para compartir una sobria cena, anécdotas personales de las cárceles que visitábamos y también dolores y memorias. Esa tarde lloramos oyendo a Loyda Valdés recitar una poesía que había compuesto para su esposo Alfredo Felipe Fuentes, condenado a 26 años de prisión por ser opositor pacífico al gobierno de Fidel Castro:
…Me han quitado este diciembre
mi árbol de navidad
el humo de Nochebuena
mi traje de festejar
el beso de fin de año
mi beso de comenzar
el rey mago de mis sueños
y mi gran felicidad…
Loyda vive en Artemisa, pequeño pueblo al sur de La Habana, pero a menudo recorre los 60 kilómetros de distancia hasta la capital, para unirse a las marchas y reuniones de las Damas de Blanco.
Cuando se incorporó a nuestro grupo ya hacía algunos meses que las mujeres de los presos caminábamos cada domingo por el Paseo de la 5ª Avenida, hacíamos denuncias a la prensa extranjera, nos entrevistábamos con diplomáticos acreditados en Cuba, escribíamos cartas a instancias gubernamentales y a políticos y otras personalidades del mundo. Ella transitó un camino diferente.
Cuando Alfredo -su esposo- fue condenado, ella tuvo la idea de recoger firmas entre la población para que indultaran a los presos de conciencia de 2003; algo semejante al Proyecto Varela, que se apoyaba en la propia constitución socialista. Para llevar a la práctica su propósito sin salirse de los rígidos marcos permitidos por la legislatura cubana, le escribió una carta al Bufete Colectivo de su pueblo pidiéndole asesoramiento jurídico. La respuesta tardó 2 meses pero llegó y no de la instancia municipal a la que había solicitado consejo, sino del Bufete Colectivo de la Provincia de La Habana, que le respondió tajantemente que no había asesoramiento legal ninguno para ese tipo de proyectos.
Ya durante el proceso de instrucción de su esposo en Villa Marista, había escuchado rumores de “las esposas de los 75”, que se habían unido para protestar contra la arbitrariedad cometida por el gobierno y después de recibir esta respuesta, se encaminó un domingo a la Iglesia de Santa Rita, donde se unió al grupo que, posteriormente, sería conocido como Damas de Blanco.
Un día, como frecuentemente sucede a los opositores en Cuba, se presentaron en su casa varios representantes del partido comunista, los Comité de Defensa de la Revolución y la Federación de Mujeres Cubanas para conminarla a que no participara en las actividades del grupo, porque esto le podría traer serias consecuencias a ella y a su esposo. Me cuenta Loyda que los escuchó cortésmente y luego los despidió sin hablar.
Al otro día, se presentó en la sede de la Seguridad del Estado de su ciudad y pidió hablar con el jefe de la unidad. Cuando lo tuvo enfrente, le dijo: “Vine a que me arresten. Mañana las Damas de Blanco tenemos caminata, y únicamente encarcelándome, podrán lograr que yo no asista”.
Ya hace más de 6 años que los condenados de la Primavera Negra extinguen sus largas penas. Loyda sigue asistiendo a las reuniones y marchas de protesta de las Damas de Blanco. Atiende a su hija enferma, a su anciana madre y a su marido preso, escribe cartas a representantes del gobierno y también compone, de vez en cuando algún poema. Le gusta decir que ella es sólo una amante esposa que defiende su hogar.
El 19 de diciembre de 2007 solicitó al tribunal supremo de la República una revisión de la causa de Alfredo Felipe, usando el derecho que tiene todo encausado a que su condena sea reconsiderada. Hasta ahora no ha recibido contestación, pero ya no se asombra de que el sólo hecho de no dar una respuesta, viola la constitución y los derechos civiles de su esposo y de ella misma. La ley cubana plantea que el tribunal está obligado a responder en 90 días si atenderá o no la solicitud. Loyda espera.
martes, 23 de marzo de 2010
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