jueves, 18 de marzo de 2010

Milka


Un día sentimos unos toques apremiantes a la puerta de casa de Laura Pollán. Al abrir, una mujer morena casi se desmorona bajo el dintel. Era Milka María Peña Martínez, sudorosa y sedienta, con su bebita de pocos meses apretada contra el pecho, pero feliz de habernos encontrado.
Había recorrido los casi 700 kilómetros que separan su hogar en Puerto Padre, al oriente de la Isla, de la Cárcel Combinado del Este donde estaba recluido en ese momento su esposo Luis Enrique Ferrer García, quien cumple 28 años de prisión, la condena más alta impuesta entre los miembros del grupo de los 75.
Hablaba atropelladamente, como si pensara que le impedirían decir todo lo que quería: había oído de nosotras y Osvaldo Payá -coordinador del Movimiento Cristiano Liberación- le indicó como encontrarnos; nos contó que le había traído a Luis Enrique su hija para que la conociera, pues ella estaba embarazada cuando lo detuvieron, pero que las autoridades del penal sólo le permitieron verla unos minutos; nos habló de su pleito con los funcionarios del registro civil para ponerle a la pequeña el nombre de María Libertad.
Todavía no se incorporaría totalmente a nuestro grupo ni iría a la Iglesia de Santa Rita, pero no por miedo, nos recalcó, sino que necesitaba recuperarse del parto y amamantar a la niña.
Y de verdad, es una mujer muy brava la media naranja de Luis Enrique, quien en el transcurso del juicio invitó a sus jueces a firmar el proyecto Varela del cual era promotor.
Yo no lo conocí personalmente a él, aunque sí hablamos alguna vez por teléfono. Un día escuché una grabación de una llamada telefónica suya, desde la cárcel. Era el 20 de mayo, 107 aniversario del nacimiento de la república cubana y quería enviar su mensaje de homenaje a la efeméride. Cuando los guardias del penal trataron de impedírselo se amarró al aparato y oímos como los guardias forcejeaban para quitárselo, mientras él, haciendo caso omiso a los golpes, trasmitía sus palabras.
Inmediatamente pensé en su mujer, porque estoy segura así reaccionaría ella en situación semejante.
En mi trabajo con las Damas de Blanco desde el exilio he tenido muchos anécdotas, pero una que me causó risa y a la vez admiración fue cuando una de las “mulas”, que llevaba provisiones a Puerto Padre, llamó por teléfono espantado diciendo que esa “guajira estaba loca”, que en la casa de tablas y zinc donde vivía, tenía carteles que rezaban: ¡Viva el Proyecto Varela! ¡Libertad para los prisioneros de conciencia! y que él no llegaba hasta allí ni aunque le pagaran una fortuna.
Milka enfrenta el desafío de criar a su hija sola. María Libertad aprendió a leer con las cartas de su papá y ahora ya ella también puede enviarle notas a la prisión. Ha crecido entre viajes al presidio y a La Habana a las actividades de las Damas de Blanco. Desde que pudo caminar porta un gladiolo en su mano y camina junto a su madre pidiendo la libertad de los presos políticos.
Pero esta chiquilla procede de una familia de valientes. Los Ferrer son tres hermanos que en la zona de Santiago de Cuba son bien conocidos por la población por su coraje y enfrentamiento al gobierno: Luis Enrique, José Daniel y Ana Belkis, quien ha dedicado su vida a defender la de sus hermanos. La madre de los Ferrer tiene que sentirse muy orgullosa de haber entregado, como Mariana, tres hijos a la Patria, y por si fuera poco una nuera.
María Libertad encara, como su hermana mayor, el estigma asociado con tener a su padre encarcelado, y aun más por una causa política que en Cuba es un delito tratado con la mayor severidad reglamentada. Sin embargo, le corresponde el orgullo de ser descendiente de una pareja valerosa que por su tesón y decoro son parte de la historia de nuestras luchas libertarias. Esa es la certeza que la sostendrá en estos años de abnegación y dolor.

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